viernes, 22 de junio de 2012

Relato: El Despertar (II) (La Cruz y el Sur)

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Más al norte de Toledo, más arriba y sobre el nivel del mar, Marcelo y Graciela, limpiadores, se afanaban por limpiar las placas de granito, el bronce y el mármol a su alrededor. Todo ésto ante la mirada algo impaciente de Carlos, el pálido segurata que de vez en cuando les daba con la linterna a ellos, a los aparejos de limpieza o a algún sitio. Preferían sus bromas pesadas con la linterna, porque a ellos su pálido acompañante les daba más chungo contra la oscuridad. Además él no tenía mala intención, pero les incomodaba trabajar tan tarde ahí, las sombras del monasterio y de la enorme cruz de piedra les daban escalofríos, y más por la reputación de quienes iban por ahí. No tan tarde claro, pero el Valle de los Caídos no era un sitio para que dos personas nacidas en Sudamérica estuviesen de noche.
-Venga chicos, más brío- dijo Carlos que como siempre, se les sugería como un espectro, como un pishtaco de los cuentos de los países andinos.
-Carlos se nos agotó el agua limpia del aparato - dijo Marcelo señalando su espalda cargada con una máquina que lanzaba agua a presión - ¿volvemos a la garita contigo?
-Vayan ustedes, yo termino aquí, con la linterna mía basta -aseveró Graciela.
-Vale vale, mejor pongo a cargar las pilas un rato de mi linterna, sí -respondió Carlos- tampoco pasa nada si vienes, descansamos todos un rato, no pasa nada.
Hacer el turno de noche estaba mejor pagado, para Carlos porque eran muchas horas, y para los limpiadores porque eran menos horas y además en estas fechas hacía mejor temperatura por la noche que por el día. El estar a esa altura en el escorial no era nada para ellos, aún de noche y trabajando. Aunque esa noche, los tres estaban algo nerviosos, pero no podían determinar la razón. Ya en la garita, ambos empezaron a hablar:
-¿Entonces va bien el ritmo? ¿No? Yo tengo que quedarme aquí todo mi turno, así que me da igual estar en la garita que a fuera con una ronda.
-¿No has notado el ruido? -Dijo Marcelo.
-Sí, pero es normal en esta época, llevo trabajando 2 años aquí, ese ruido de roce es por la diferencia de temperatura y todo eso. -zanjó el uniformado español.
-No sé, será, pero nunca lo he oído tanto... casi más que nada parecen cosas que rozan y magullen la piedra...
-Tío no tengas miedo, como si no llevaras trabajando tanto, se dicen muchas cosas de todo este sitio, ya sabes. ¿Pero nos importan? -Dijo para Marcelo y para él mismo en parte- No. Nos pagan por trabajar aquí, aunque no nos guste, no nos va a pasar nada por eso si al final el dinero es...
Carlos fue interrumpido por un grito. Ambos miraron hacia la puerta y luego se asomaron, abriendo la puerta, ambos con las linternas, y Carlos con la radio fuera; y el arma desabrochada- ¿Eráis la frecuencia de medio giro de la mía verdad? -Y apenas Marcelo respondió fue que llegó Graciela como una exhalación y se acuclilló detrás de un mueble de la garita, y acercándose Marcelo y susurrando muy bajo a ésta, Carlos inquirió a Graciela:
-¿Qué cojones te ocurre tía? ¿Estás mal o qué? - luego al ver su rostro compungido y como estaba cubierta de suciedad, como una polvareda blanca bajó el tono - ¿Quién te ha hecho eso? ¿A quién has visto?
-Ah... a los muertos, los muertos - y apenas volviendo la mirada Carlos salió, y ella volvió a gritar - ¡No, no abras! ¡Cierra! ¡Cierra!
-A la mierda - dijo poniendo los auriculares y sacando la pistola y la linterna- vosotros ahí dentro, voy a buscar al cabrón que te ha pegado un susto ¡espero que haya alguien porque si es una ida de olla no volvéis a estar por aquí! - y casi como respuesta de un aturullado Marcelo cerró la puerta alternando la mirada hacia la mujer y hacia el arma más que al hombre armado.
Refunfuñando, volvió sobre lo que sabía que eran más o menos sus pasos y los de Graciela, con arma y linterna en ristre. "Joder, y mira que no soy racista, pero estos sudacas tienen la cabeza llena de mierda" andaba pensando y casi sin pensar estaba preguntando, no miraba demasiado nada sólo avanzaba. Hasta que captó movimiento, y cada vez más. Pese al miedo, que ahora entendía de Graciela, se esperaba un tipo como los que rondaban mucho el sitio, se esperó incluso a algún gamberro de la sierra con una careta o un vejestorio demasiado franquista y delgado. No se esperó cráneos tan rapados que eran hueso y suciedad, no se esperó trozos de huesos que se escurrían y arremolinaban formando cuerpos, no se esperaba tampoco que su arma ni sus amenazas no sirvieran, no esperaba ser él quien estuviera tan aterrado. Disparó un número de veces sin preocuparse en apuntar, uno incluso golpeó a lo que debía ser antes un pecho, pero no funcionó en absoluto, los muertos ni siquiera se dignaron en mirarle. Salían de sus cementerios con violencia, destrozando la piedra y removiendo la tierra como si les ofendiera. Ni siquiera prestaron atención al hombre que les disparó, pero no lo parecía se encararon en una dirección y el hombre estaba ahí.
Carlos corrió, y cada vez más tumbas se abrían a su paso, la muchedumbre ósea se había convertido en una marea de huesos que le pisaba los talones. Gritó para que Marcelo le abriese, y se escondió arrastrando a Marcelo con él. Los tres oyeron el raspar del hueso contra el contrachapado, los tres vieron a las piernas y brazos rasgar la pobre construcción. Pero ninguno fue alcanzado. Los muertos habían pasado por delante, como si sólo les estorbaran y dejasen una estela para decir que habían estado ahí.
Toda esa apretada marea iba en realidad en una dirección, el monasterio y también la cruz... 


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Saray y Fátima estaban perdidas, en medio de Granada, cosa normal si tenían en cuenta que era de noche, que no eran de la zona y que el plan de ir al cortijo de un amigo o primo había apenas sido pensado. Lo malo de fiarse de Saray, pensó Fátima, es que siempre siempre cree que todo está a tiro hecho. Lo peor de estar ahí con Fátima, pensó Saray, es que se ahogaba en un vaso de agua. Tenían algo de ron y vino, no muy fresco, pero no pasaba nada.
-Hagamos noche-sugirió resuelta Saray. -Para nada niña-respondió Fátima. -¡Pero si no pasa nada! ¿Qué hemos conducido? ¿Apenas una hora? -Más bien hora y media, y no sé cuando en círculos y cuanto por ese camino tan largo del cortijo o huerta o lo que sea de tu primo o lo que sea. -Pues si no sabes como ir por aquí, esperamos a ver a alguien - ¿A quién coño vas a ver tonta? ¡Estamos en el quinto pino!
Casi como un hechizo, de la nada se movió un bulto, y luego otro. No lo vieron, no vieron a nadie mientras discutían y empezaban a tener una simpática conversación sobre familias y escatología. Fue antes de decirse algo que sólo las muy amigas pueden decirse sin importar, cuando notaron a alguien caminando a su lado. Un hombre con traje y camisa blancas, con zapatos sucios ¿uno que también se había venido de fiesta? Parecía hecho polvo, pero cambiaron la excitación del enfado incipiente por la esperanza de que les dijera como ir (cada una a un sitio). Le encararon y se pusieron a preguntarle:
-Hola hola ¿Sabes cómo tirar para la carretera?
-No tía ¿sabes por dónde está un arroyo?
El caminante, les miró, y sonrió:
-No, perdonad, pero tengo prisa y tengo que irme.
Ellas le intentaron poner las manos encima, pero extrañamente vieron a otras ¿personas? caminando con él. Cuando le vieron ya las había superado, vieron su espalda sucia, estaba agujereada y cubierta de tierra y porquería. Ajustando la mirada las personas no eran personas, eran cuerpos, no todos parecían tan enteros como el hombre al que hablaron. Algunos eran huesos y otros cuerpos.
Ambas chicas gritaron y se metieron debajo del coche, y vieron los pies de los caminantes. Apenas levantando polvo, pero dejando rastros de tierra. Se quedaron ahí y luego se metieron en el coche y condujeron a través de un campo. Estaban aterradas.

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Faras llevaba la linterna y caminaba paralelo a las ruinas. Turistas y muchachos se acercaban demasiado, y las jodían. Su trabajo era evitar eso. ¿Aburrido? Sí. ¿Mejor pagado que trabajar el campo? Sí, o al menos lo suficiente como para no cambiar de trabajo, pagar el café para estar despierto y tener mantenida a su familia bastante bien. Además, apenas hacía falta más que una voz, y cualquiera se largaba. En teoría tendría que coger, llevar a la policía y demás, pero era mucho lío. Si de verdad había que llamar a los policías, les llamaba directamente y les esperaba. Para echar a chavales o parejitas, él se bastaba. A veces, una pareja tenía algo suelto, y hacía la vista gorda, bueno, en realidad miraba para otro lado. No le gustaban las occidentales o las jovencitas...
Cuando oyó el escarbar, supo que no. Los que escarbaban causaban problemas: luego no podían llevar a nadie a ver esos sitios hasta que se aseguraban que no caerían ni habían robado nada importante. Normalmente eran chavales, o si eran varios; llamaba a la policía y esperaba.
No hizo eso esta vez: no era gente que escarbaba en esta ocasión. Eran monstruos y cuerpos que salían de entre las arenas más exteriores. Algunos cuerpos eran negros, estaban quemados, otros eran huesos limpios, y otros parecían montones de carne seca, podía oler el extraño olor de carne a medio pudrir y a sal. Esos monstruos eran terribles, emitían un gemido escalofriante, e iban saliendo todos y cada uno, de más afuera. Decidió marcharse, correr, buscó su destartalada moto, y salió corriendo. No, no le pagaban lo suficiente para hacerse el héroe frente a monstruosidades infectas.


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Los soldados buscaban en esa parte de la frontera algo: un grupo de saharauis que trataban de volver de sus agujeros o inmigrantes que intentaban discurrir por el valle para echar a la mar a las islas. Desgraciadamente aquella noche el viento seguía moviendo las arenas, que picaban por todo el cuerpo, incluso entro del coche y con ropa para cubrirles a ellos que ya estaban curtidos era molesto. Por eso cuando vieron entre el viento figuras, dieron un aviso y luego comenzaron a disparar. No podían apuntar bien, así que podrían decir que fue de aviso, si alguien les preguntara. Podía ser que hubiese alguien a quien le importara la suerte de aquellos maltrechos desgraciados, pero si lo había... no estaba ahí en ese momento.
No esperaron que se derrumbaran, pero sí que los tíos huyeran. No podían ver más que ellos con la arena. No podían hacer nada, aunque conforme se acercaban, más y más aparecían surgir de la arena, y algunos parecían armados. No contestaban al fuego, pero llevaban fusiles ¿y tal vez machetes? aunque tampoco retrocedían ni aminoraban la lenta marcha hacia la compañía. Ésta, envalentonada bajo el mando del oficial, salió de sus vehículos, y si estaban armados no tendrían que dar explicaciones. Dispararon, dispararon mucho. No se dieron cuenta de lo que iba a suceder a continuación...
Del suelo miembros resecos les agarraron. Bronce y acero herrumbroso golpearon a los soberbios soldados. Miembros hinchados y dedos huesudos desgarraron y retorcieron a todos los uniformes. Nada de sangre brotó de ningún pecho de aquella muchedumbre, ni aquellos con andrajosos uniformes ni con pecheras de cuero quebradizo ni de aquellos con harapos mohosos. Era demasiado tarde cuando se dieron cuenta de lo que eran esos cuerpos de antiguos hombres los que causaban y levantaban la arena al cavar, ni tampoco vieron a la andrajosa figura de mujer, podrida y reseca que les dirigía como una general.


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[Podéis ver la primera parte aquí, muchas gracias y pronto más cosas de parte de vuestro amigo y ciber vecino Mario]

2 comentarios:

  1. Dos consejos:
    1º Una revisión le haría mucho bien. No es que este mal, pero pulir las cosas siempre ayuda. (Y lo dice Stephen King, no yo)
    2º ¡¡Has tirado material para 4 ó 5 posts en un solo día!! Hay que ser listo, la gente suele pasar de las entradas largas. Hay que apuntar a entradas cortas pero constantes. (O al menos eso creo)

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  2. Más o menos estaba en mi cabeza desde el primero, y bueno, tampoco pasa nada. En gran medida las diferencias entre como se cuenta cada parte me gustan.
    Gracias por comentar.

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